lunes, 13 de febrero de 2012

Imperó la cordura en el juicio a Tintin.

Manda huevos que aquí el amigo de la foto no tuviera mejor cosa que hacer en 2007 que darse bombo presentando una demanda denunciando el racismo de “Tintin en el Congo”, el segundo álbum de las aventuras protagonizadas por el reportero del tupé aparecido en 1946, aunque las primeras versiones sean de los años treinta y que se desarrollaba en la por entonces colonia belga.

Una cosa como de cajón pero que si la Corte Belga hubiese estimado la demanda podría haber abierto la veda a juzgar con retroactividad la mayor parte de la literatura –por no hablar del cómic o el cine- anteriores para amoldarlos a unos mal entendidos principios contemporáneos de corrección política y reinterpretación de la historia.

El tribunal ha estimado en su sentencia que el álbum obedece a las circunstancias de la época colonial en que se creó y que no había pruebas que Hergé pretendiese incitar al racismo.

“Es claro que ni la historia ni el hecho que se ha puesto en tela de juicio tiene como objetivo crear un ambiente intimidante, degradante, hostil o humillante”, dice la sentencia.

Eso sí, el menda –no pienso dar su nombre- piensa seguir recurriendo…y haciéndose fotos con el álbum en las manos, imagino.

(Fuente: 999).

“Wimbledon Green”, de Seth.


Acaba de publicar Sins Entido en una bonita edición “Wimbledon Green”, obra que había quedado descolgada en la producción de ese interesante autor que es el canadiense Seth. Un tebeo divertido e irónico, que hará las delicias de todos los buenos aficionados al cómic aunque dudo acerca del interés que pueda suscitar más allá de los estrechos límites del mundillo. Pero, bueno, esa reflexión quizás sea materia para desarrollar en la entrada de mañana o pasado.

En “Wimbledon Green”, Seth recrea a través de los testimonios y reacciones de terceras personas un retrato del personaje homónimo, un orondo y relamido coleccionista de cómics antiguos que se jacta de ser el mayor coleccionista de todos los tiempos y del que pocos datos se saben. Wimbledon saltó a la fama entre los coleccionistas y libreros al hacerse con una excelente colección de tebeos antiguos de la Golden Age, y despierta la admiración y envidia de los aficionados tanto por sus conocimientos enciclopédicos como por su tenacidad para hacerse con gangas en los lugares más insospechados.

Los detractores de Seth podrán considerar “Wimbledon Green” como una obra menor de cabezones parlantes y, en cierto modo, probablemente lo sea, pero creo que sería injusto restar mérito a la habilidad como narrador de Seth para engarzar con aparente sencillez el complejo y sutil puzzle de testimonios y anécdotas que conforman el retrato del protagonista de esta historia y, aunque abuse de la concatenación de pequeñas viñetas durante buena parte del tebeo en las que apenas cambia la expresión de los personajes como también hiciera en la posterior "George Sprott 1894-1975", a la manera aprendida de un Chris Ware al que por cierto dedica la obra, también es verdad que Seth logra divertir al lector con las peripecias del protagonista, sus problemas de identidad, el extraño universo de personajes tan estrafalarios como él mismo que le rodean y el catálogo de cómics nunca escritos que, como un Borges viñetero, presenta, sin renunciar por ello a sus características obsesiones sobre la nostalgia de una época pasada mejor no vivida pero idealizada y el transcurso del tiempo tan características a su producción.

El gran mérito de “Wimbledon Green” es precisamente esa cualidad de Seth para hacer parecer sencilla y casi intrascendente una historia de elaboración compleja en la que se engarzan historias y testimonios dentro del discurso principal para acabar construyendo una obra uniforme que no deja de ser una crítica ácida al mundillo que rodea a los Cómics y a sí mismo, al poder rastrear en algún personaje un émulo del propio autor, enmascarando la deprimente temática que le obsesiona dentro de un interesante ejercicio de catarsis personal.
En definitiva, superficialmente, “Wimbledon Green” no deja de ser un tirón de orejas cariñoso al endogámico mundillo del cómic, los fans, los autores, las convenciones y los coleccionistas que lo conforman por uno que se sabe un elemento más de ese negocio, y, en el fondo, una reflexión lograda sobre el transcurso del tiempo y lo superfluo de cómo lo malgastamos ideada por un observador tan sutil como exquisito como para mostrar sus flaquezas y demonios personales. Un pequeño gran tebeo.