martes, 12 de abril de 2011

Sidney Lumet (1925-2011).

Por los comentarios del blog me enteré ayer de la muerte durante el fin de semana de Sydney Lumet, uno de los directores más interesantes del cine norteamericano de finales de los sesenta y principios de los setenta. En su rica y variada filmografía, si hay una característica común es intentar centrarse en contar historias que despertaran el interés del espectador más allá de la concepción del cine como espectáculo vacío y sin chicha, aunando entretenimiento y reflexión al tiempo que sacaba lo mejor de los excelentes actores con los que trabajó.

Entre sus películas hay varias a redescubrir -“Supergolpe en Manhattan”, “La Colina”, “Punto Límite” o “Network”, por citar unas pocas- pero, en mi opinión, Lumet tiene dos películas que destacan enormemente por encima del resto de su filmografía y por las que merece ser recordado ya que dentro de los géneros en los que se adscriben como auténticas obras de referencia.

Por un lado, “Doce hombres sin piedad”, la película de su debut en 1957 y que supone una de las más grandes películas del cine procesal (si no la más grande).


Por otro, “Serpico” (1973) en la que un joven Al Pacino realiza uno de sus mejores papeles interpretando la vida de un particular policía de incógnito en el corrupto Cuerpo de Policía de Nueva York.

Tras la muerte de Arthur Penn dos grandes referentes del cine norteamericano de los setenta desaparecen con apenas unos meses de diferencia. Brrr….

D.E.P.

“El sueño del celta”, de Mario Vargas Llosa.

La figura pública de Mario Vargas Llosa nunca me ha despertado demasiadas simpatías pero he de reconocer que sigo su trayectoria literaria con interés desde hace muchos años por lo que tenía curiosidad por ver como había asimilado el señor marqués la repercusión del Nóbel. Lejos de la brillantez de sus primeras novelas “El sueño del celta” es una obra que no decepciona si se realizan las necesarias concesiones a un novelista que tira de oficio y de una sabia elección del material que maneja para mantener atrapado al lector. “El sueño del celta” es una novela sobre los últimos días de una de esas figuras olvidadas y anónimas de la Historia, el irlandés Roger Casement. Mientras espera noticias en prisión sobre un posible indulto a su condena de alta traición, Casement rememora su rica y compleja vida de luchador contra la opresión de las políticas colonialistas, primero como cónsul británico en el Congo Belga y la Amazonía peruana, y, más adelante tras haber alcanzado los más altos honores del Imperio británico, como nacionalista irlandés. Como decía, la novela funciona no tanto a la habilidad en la construcción equilibrada del protagonista que Vargas Llosa realiza de Casement ya que su admiración llega hasta tal punto de embobamiento que más que ante un ser humano hay pasajes que parece presentarnos aun nuevo mesias descendido para expiar en su maltrecho cuerpo los pecados de sus congéneres y disculpando eso sí algunas que otra canilla al aire que el arrojado Casement se permitía con los muchachitos colonizados como en la indudable habilidad de escritor avezado de Vargas Llosa quién con una prosa sencilla y accesible presenta unos atractivos hechos históricos protagonizados por Casement quién estuvo de una manera u otra involucrado en los principales procesos coloniales de principios del siglo pasado y los episodios claves previos a la independencia de Irlanda y algunas figuras históricas y literarias de la época a las que trató como Di Valera o Joseph Conrad. Si se tiene estómago para salvar el arrebatado y un poco indigesto alegato con que Casement se compromete en la defensa del protagonista de su obra, la novela llega a leerse con agrado e interés y, aunque no aguante la comparación con sus mejores obras, tampoco desmerece en la larga producción del Premio Nóbel, resultando incluso un buen punto de partida para intentar conocer un poco mejor la figura real de Casement más allá de la poco creíble descripción que de ella realiza el peruano.