viernes, 5 de junio de 2009

Manara, el cómic y el erotismo.

Pregunta: En estos tiempos en los que el cine de animación está absorbiendo a tantos dibujantes, ¿qué futuro tiene la historieta?

Milo Manara: La mayor potencia de la historieta está en su pobreza. Para hacer una, hacen falta solamente ideas, papeles y un lápiz. Justamente lo contrario que pasa en el cine, donde muchísimos aspectos creativos están subordinados a las posibilidades económicas. Todos los días escuchamos que se viene una gran crisis de recursos, que nuestra forma de vida no será sostenible cuando China e India entren a disputar los bienes de consumo. Yo creo que en un escenario así las viñetas están llamadas a cumplir un papel muy importante. Son baratas y pueden ofrecer libertad a los que menos tienen.

Pregunta: El cómic erótico trabaja con el pensamiento y la sensualidad de manera simultánea. Después de tantos años de experiencia, ¿cómo interpreta la relación que hay entre ambos mundos?

Manara: Todo pasa por la inteligencia. Sin seres inteligentes no hay seducción. La hermosura que se puede encontrar en un cuerpo tiene que ver con una forma de percibirlo, y eso ya es pensamiento. Cuando era más joven, a veces apuraba el paso para alcanzar a la chica que caminaba delante de mí. Me intrigaba conocer qué había del otro lado de esa belleza visible. El tiempo que mediaba entre la decisión de seguirla y el hecho de conocer su cara era y es terreno de la fantasía, un juego en el que la imaginación construía a piacere. Después usé eso para dibujar. La inteligencia aquí no está relacionada con lo complicado ni con tener una «cultura formal», sino con darse la posibilidad de jugar. Una de las emociones más intensas que yo tuve en el plano erótico se dio de forma muy simple, una vez que sorprendí a una señorita quitándose la bombacha. No se le vio absolutamente nada. Pero está todo acá. Tutto qua (se señala la cabeza varias veces).

(De una entrevista concedida por Milo Manara en 2007 a la revista mexicana Rancho Las Vocesy que pueden leer completa aquí).

David Carradine (1936-2009)

Se ha muerto David Carradine, culpable de que miles de padres de españolitos de pro empezarán a apuntar a sus hijos a judo en los gimnasios a ver si eran capaces de entre cinturones de colores y kimonos blancos adquirir algo de la sabiduría oriental que desprendía su personaje de Caine en la mítica “Kung Fu”, auténtico pastiche de géneros entre el Western y las artes marciales que triunfó en las televisiones de medio mundo y especialmente en la de este nuestro querido país a principios de los setenta.

Carradine, hijo y hermano de actores (su padre fue el fantástico John Carradine), fue un actor de gesto impasible y mirada reconcentrada, se hizo con el papel después de que Bruce Lee fuera descartado (lo que creo le sentó bastante mal) dando con el registro exacto que su personaje de antiguo monje shao lin huido a Estados Unidos requería, aunque en ese momento él de artes marciales andara un poquito justito. A mí ese primer pase de “Kung Fu” me pilló echando los dientes de leche pero recuerdo las reposiciones posteriores con mucho cariño y entiendo la fascinación que ejerció un personaje que abogaba por usar la violencia únicamente como último recurso y nunca usaba armas ante una generación acostumbrada a que sus héroes precisamente hubiesen sido pistoleros y policías de gatillo fácil. “Kung Fu” fue un concepto completamente nuevo y todavía hoy creo que es una de las mejores series de televisión de todos los tiempos que ha envejecido bastante bien.

Tras “Kung Fu”, David Carradine fue apareciendo esporádicamente en otras series y películas, lastrado su talento por la popularidad de Caine y le observamos envejecer bastante bien en pantalla sin poder evitar pensar siempre que “ahí estaba el de Kung Fú”. No fue hasta que ese genialmente oportunista revisionista cinematográfico que es Quentin Tarantino lo rescató para encarnar a Bill en su “revival” del cine de artes marciales que es “Kill Bill, volúmenes 1 y 2” y que permitió a David quitarse de encima el sambenito de Caine encarnando a Bill, ese asesino extrañamente enamorado de Uma Thurman que bordó y con el que protagonizó una de las mejores muertes cinematográficas de la década.

David Carradine ha muerto en Bangkok, una localización o estupenda para poner el sello final a una carrera marcada por sus encarnaciones de personalísimos antihéroes.

D.E.P., pequeño saltamontes.