viernes, 2 de enero de 2009

“Australia” de Baz Luhmann


No sé que relación tienen ustedes con el país de los canguros pero yo más bien poca, aparte las evidentes nociones y referencias de cultura general (canguros, nadadores, tenistas, ovejas, koalas y cuatro o cinco artistas) que más o menos conocemos todos pero más allá de los tópicos para mí ese enorme país es desconocido y siempre he tenido la impresión (prejuicio) que los australianos son un poco los primos acomplejados de los yanquis, incapaces de sacar partido a la enorme potencialidad de su país-continente. Por ese motivo, cuando coincidiendo con las fechas navideñas se anunció el estreno de “Australia” me pareció una buena idea. Un proyecto rico en medios, que contaba con actores reconocidos y competentes actores de origen australiano como Nicole Kidman y Hugh Jackman dirigidos por un director interesante como Baz Luhmann, quién consiguió hace unos años que nos volviéramos a interesarnos por el musical con “Moulin Rouge”, para contarnos una epopeya australiana podría funcionar. Sin embargo, tras las casi tres horas de proyección, salí más que aburrido de este tostón despilfarrador en el que los chicos del canguro y el boomerang se han embarcado para venderse por el mundo. ¿Por qué? Por lo de siempre. En lugar de buscar un camino original, Luhmann hace lo que cualquier australiano: imitar a los yanquis.

Luhmann ha querido realizar una película de las de antes (el nuevo “Lo que el viento se llevó”, según el departamento de marketing), un melodrama cargado de emociones, intrigas, pasiones y aventura en las remotas y bellas extensiones salvajes del Norte de Australia. Suena bien, pero la cosa se queda ahí. El guión es demasiado endeble para sostener el refrito insufrible de situaciones sacado de los incontables clásicos del género de los que corta y pega Luhmann para su “Australia”. Luhmann en esta superproducción juega a ser John Ford y, claro, John Ford no hay más que uno. La trama de la película, dividida en dos grandes actos tan desconectados que parecen dos películas diferentes tiene como punto de inflexión la entrada de Estados Unidos en la 2ª Guerra Mundial es un producto irregular en el que se adivina con bastante antelación todo lo que va a pasar y al que se le ven las costuras por más sitios de lo admisible a mayor gloria de la épica hueca, el humor simplón y el romanticismo bobalicón y anticuado. Sin embargo, Kidman y Jackman parecen cómodos en una película realizada para su lucimiento aunque hubiese sido de agradecer una mayor química de la que desprende esta pareja increíble que lo mismo se planta a hacerse arrumacos en medio de la sabana australiana todo sudados (es un decir, que ya sabemos que Nicole nunca suda) que en un baile de gala en la Casa del Gobernador con la misma gracia que si de un videoclip de cava se tratase, compartiendo eso sí los planos justos que tampoco hay que arrimarse demasiado y ellos son unas estrellas. Probablemente, si la historia hilvanada por Luhmann hubiera contado con un malvado a la altura de la pareja de buenísimos protagonistas que en algún momento hubiera logrado despeinarles o al menos lograr que se les corriera el rimel algo habríamos ganado pero me temo que ninguno de los secundarios de la historia están demasiado desarrollados por el director salvo el niño (sí, otra película con niño, qué cruz) que lleva el peso de la narración y que por momentos logra con su carilla fresca mitigar el aburrido concurso de poses de la parejita de protagonistas. Lo más interesante de la historia es sin duda las bellas panorámicas de los espacios naturales de la salvaje Australia, la fotografía, y el actor aborigen que interpreta a King George (David Guspilil) que es lo más australiano de la película.

En fin, una excelente oportunidad perdida para hacerme cambiar mi prejuicio respecto a los australianos. Tras ver este pestiño, me reafirmo en mi idea.