miércoles, 6 de febrero de 2008

El Jazz, el Cómic y Publico


No quiero pasar hoy sin destacar el excelente artículo publicado en Publico por Juan J. Gómez sobre la cantidad de cómics que vienen publicándose últimamente con este estilo musical como referencia. Un artículo trabajado, documentado y que demuestra que el articulista se ha molestado en enterarse sobre lo que escribe.
La reflexión que me deja su lectura es algo que los aficionados sabemos desde hace tiempo: el cómic es un medio en el que hay cabida para el tratamiento de cualquier tipo de temática y sólo está limitado por el talento de los autores. Bueno, es que el resto del mundo se entere.
Por otro lado, y más subjetivamente, la industria - o la ausencia de ella - no debe ir tan mal para que estos títulos, claramente minoritarios, tengan cabida en el mercado español. Me alegro por ello.

Ah, y también informan en el mismo diario, sobre la próxima adaptación al cine de “Bluesman” en una pequeña entrevista al dibujante Pablo García Callejo.

Juan Antonio Cebrián, Spiderman y Larroca




Me hago eco a través de “Tebeos y algo más…”, del gran detalle que ha tenido el dibujante valenciano Salvador Larroca al homenajear al desaparecido y añorado Juan Antonio Cebrián, el director del programa radiofónico “La Rosa de los Vientos", incluyéndolo en una viñeta, junto a otros miembros de su equipo, entre los empleados del Daily Bugle, en el número 549 de "Amazing Spiderman".
Y, un bonito detalle, ha tenido igualmente Marvel al introducir en los créditos del número una dedicatoria al periodista.



Desde su desaparición, la noche de los domingos son un poco más tristes

“100 Balas: Érase una vez el crimen” de Brian Azzarello y Eduardo Risso.


Acabo de terminar el último tomo recopilatorio de “Cien Balas”, la aclamada serie de Azzarello y Risso que aglutina de los números 76 al 83 de la edición norteamericana, y tengo que reconocer que tengo tal lío en la cabeza que me declaro incapaz de verter una opinión clara sobre la serie llegados a este punto.
En esta nueva entrega, los milicianos se han posicionado en distintas facciones, dispuestas cada una a defender sus propios fines e intereses, pero, además, desconfían unos de otros y cada cuál tiene sus propios planes y motivaciones, por lo que las traiciones, las manipulaciones y las puñaladas traperas están al orden del día. Graves viaja a México para recuperar a Dizzy para su causa, quién se culpa de la muerte de Shepherd y se encuentra bajo la protección de Willie. La muerte de uno de los milicianos marcará el encuentro y, finalmente, Graves convencerá a Dizzy para que se una a su grupo mientras que Lono y sus compañeros, que aparentemente protegen al Trust, “rescatan” a Benito Médicis, el hijo de Augustus y le someten a un “amistoso” interrogatorio. Por otro lado, Roonie viaja a Italia para recuperar el cuadro que se supone es una de las claves de la obra encontrándose con la turbadora Echo y lo que se suponía debía ser una transacción sencilla se complicará peligrosamente.
Azzarello ha abandonado en esta serie el suspense psicológico y los guiones medidos con los que aportó un soplo de aire fresco al género negro hace unos años con todas esas tramas relacionadas con los maletines, las pistolas y las balas indetectables y se ha embarcado en una historia de intrigas y conspiraciones tan enrevesada que se vuelve prácticamente imposible de seguir teniendo en cuenta la periodicidad anual por la que ha optado Planeta (obligada en parte al haber alcanzado la periodicidad norteamericana hace tiempo) y que hará necesario una relectura continuada cuando finalice la serie en su número 100 para poder valorarla justamente. Quizás me equivoque, pero me da la sensación que Azzarello se siente obligado en cada tomo a que sus personajes sean más sucios, macarras y chulos que en el anterior para interesar al lector ya que la trama parece estar estirada para alcanzar los cien números que se marcó hace años, lo que hace de este tomo un pelin aburrido con tramas poco trabajadas e inconexas (ojo, que esta opinión puede cambiar con una lectura en conjunto de la obra) y una repetición abusiva de situaciones que lleva explotando desde hace varios números. También me da la sensación de que Risso se ha desentendido un poco de la obra y está deseando que finalice. Sus diseños de página han perdido frescura y dibuja a los mismos personajes con las mismas caras una y otra vez (algo que se notaba menos en anteriores entregas pero ahora que ha juntado a todos los milicianos es más que evidente) provocando en más de una ocasión dificultades para seguir la historia, dificultades, por otro lado, que se ven acrecentadas por todo lo que comento más arriba.
A estas alturas no voy a dejar la serie y, además, seguro que leída en conjunto mejorará, pero este tomo sólo es aconsejable para sus seguidores más fieles, esos que llevamos años esperando impacientes su finalización resistiendo cambios de editoriales, formatos y demás, porque cualquier intento de subirse en marcha a este tren puede provocar que uno use la pistola indetectable y las balas en la propia cabeza con el cacao que hay montado. Esperemos que Azzarello y Risso tengan preparado un final impactante a la altura de la primera etapa de la serie pero, visto lo visto, la cosa me da miedo, mucho miedo.
Más sobre “100 Balas” en “El Lector Impacienteaquí .