martes, 29 de enero de 2008

“Los Crímenes de Oxford” de Alex de la Iglesia.

El sábado tocó ración de cine así que tras el obligado atraco en taquilla (¡siete euros que cuesta ya la entrada!) nos decidimos por la última de Alex de la Iglesia, un director con cuyas películas anteriores cargadas de humor negro y originalidad siempre he conectado bien desde su famoso corto, “Mirindas Asesinas” y el borrón de “Acción Mutante” por medio. Sin embargo, “Los Crímenes de Oxford” no ha estado a la altura de las expectativas creadas.
Martin (Elijah Wood), es un joven matemático norteamericano que llega a Oxford para convencer al excéntrico y genial Arthur Sheldon (John Hurt) para que dirija su tesis a lo que este no parece muy dispuesto. Sin embargo, el descubrimiento por ambos de la anciana patrona de Martin y antigua amiga de Sheldon asesinada, unirá sus destinos en una investigación para intentar encontrar a su asesino. Un asesino en serie que a través de una serie matemática avisa de sus futuros crímenes los cuáles si no fuese por esos avisos pasarían desapercibidos. Sheldon y Martin se alían en una carrera contra el tiempo para desentrañar la serie del asesino, entender sus motivaciones y evitar más muertes en una investigación en la que casi todos los personajes son sospechosos.
La película de Alex de la Iglesia, basada en una novela del argentino Guillermo Martínez, tiene un arranque interesante que atrapa al espectador: una conferencia de Sheldon/Hurt en la que defiende las tesis de Wittgenstein: la filosofía está superada y no se puede alcanzar la Verdad ni siquiera por medios matemáticos, premisa que sustentará todo la trama posterior. La dupla protagonista, Hurt/Wood, queda definida y John Hurt, en un papel hecho a su medida, lanza el lazo para atrapar al espectador. Sin embargo, a pesar de ese buen arranque la película se pierde en una investigación carente de intensidad y emoción. Alex de la Iglesia juega a ser Hitchcock y olvida la primera lección: para crear suspense lo primero que hay que lograr es captar la atención del espectador y mantenerle engañado sin que se dé cuenta del engaño. Sin embargo, los cebos del guión de Alex de la Iglesia resultan demasiado burdos en una trama excesivamente previsible, con unos sospechosos demasiado falsos y evidentes, sin que logren engañar a nadie e intuyéndose demasiado pronto quién es el asesino, aunque no se conozcan sus motivaciones hasta prácticamente el final de la historia. La película traquetea irregular y desvaída hasta su predecible final en un cara a cara entre profesor y alumno en el que Hurt le da una última lección al advenedizo Wood y confirma la premisa inicial: no se puede alcanzar la Verdad ni por medios matemáticos.
La película cuenta con un excelente reparto del que Alex de la Iglesia debería haber sacado mejor partido en el que sobresale un John Hurt (“El Hombre Elefante”, Alien, el octavo pasajero”, “El Expreso de Medianoche”) siempre solvente, a gusto en el papel que le toca interpretar, y un Elijah Wood (“El Señor de los Anillos”, “Sin City”)que a mí personalmente me pone de los nervios (me pasa lo mismo con el alter ego de "Spiderman", Tobey Maguire ) dando la sensación durante toda la historia de ser un huérfano sin nadie que lo quiera (aunque su personaje en la película liga con la mirada: chica que ve, chica que seduce el bueno de Martin con su caída de ojos y su camiseta sudada),incapaz de dar la réplica a Hurt en un duelo interpretativo del que sale bastante mal parado. Probablemente, la película habría ganado en interés con una mayor aportación de la carnal Leonor Watling (“Hable con ella”) y, sobre todo, de la perturbadora Julie Cox, quien en sus escasas apariciones es la única capaz de incorporar un elemento inquietante en el ramplón y llano guión perpetrado por de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarria. Ambas hacen lo que pueden con unos personajes parcial y escasamente desarrollados.
Un pésimo desarrollo de los secundarios que en definitiva es la que lastra completamente una historia de suspense sin suspense y desvirtúa el buen trabajo que de la Iglesia realiza como realizador, dando como resultado una película irregular, deshilvanada y plana ideal para ver un sábado por la tarde tumbado en el sofá pero que no justifica gastarse siete euros en ella.
Ustedes mismos.