martes, 19 de junio de 2007

Tribulaciones en Verona

El anterior fin de semana, por motivos de trabajo de mi señora (perdón, de mi pareja), viajamos a la evocadora ciudad de Verona con la idea de disfrutar de un romántico fin de semana en la ciudad de Romeo y Julieta aprovechando la oportunidad antes de enfrentarnos a la dura realidad diaria.
El planteamiento era excelente pero empezó a torcerse el mismo viernes de nuestra partida cuando en el mostrador de facturación una bella y displicente azafata de Alitalia nos indicó que nuestro vuelo venía con retraso debido a la climatología e íbamos a tener el tiempo justo para realizar la conexión Roma-Verona. “¿Qué hacemos?” la exhortamos cuán oráculo pues, previamente, nos había indicado que por mal tiempo Alitalia no reintegra el billete si no se viaja. “Todo el mundo se arriesga”, sentenció desde su bella displicencia, impaciente al otear la cola que se formaba a nuestras espaldas. Esperanzados en su vaticinio y tras pagar el consabido tributo en forma de maleta, embarcamos rumbo a Roma. El viaje se dio bien, teníamos viento de cola y un piloto arrojado dispuesto a batir todos los “records” a su alcance cuán pionero aéreo. Llegamos a Roma a tiempo para enlazar con el avión a Verona pues, además, el vuelo a Verona se había retrasado. Sin embargo, cuál no sería nuestra sorpresa cuando al llegar al mostrador de Alitalia para solicitar la tarjeta de embarque un atribulado azafato con un parecido asombroso con el protagonista de “Doctor en Alaska” nos indicaba que por “overbooking” no podíamos volar ya que en nuestras plazas habían recolocado a todos los retrasados de los vuelos anteriores. Compasivamente, Alitalia nos ofrecía volar en el primer avión a Verona del día siguiente y a hospedarnos en un hotel durante esa noche. Juramos y perjuramos en arameo y latín contra todo el panteón romano, la sacerdotisa del embarque, el doctor en Alaska y los mafiosos de Alitalia sin lograr más que la mirada de conmiseración. Inasequibles al desaliento pero vencidos sin haber librado batalla, todos los pasajeros víctimas de las prácticas ilegales de la compañía desfilamos cabizbajos hacia los tres autocares, TRES, que la compañía fletó para llevarnos a un hotel en medio de ninguna parte de Roma.
Sin maleta, nuestro gozo ya se encontraba en un pozo profundo y nuestro romanticismo inicial se había evaporado por una sensación de cabreo profundo y rabia contenida que nos capacitaba para emular las hazañas del Gran Capitán. En el hotel, por mediación de Madrid, conseguimos contactar con el hotel veronés y asegurarnos que nos mantenían la reserva y hundidos, a las tantas de la madrugada, nos dejamos vencer por el cansancio.
Con los maitines y el desayuno en la boca, nos pusimos de nuevo en pie al día siguiente y partimos esperanzados hacia Fiumichino. ¡Por fin íbamos a llegar a Verona! Todavía tendríamos un día para recorrer la ciudad y disfrutar del amor, de sus paisajes y gastronomía tras un rápido cambio de ropa y un aseo merecido en el hotel… Sin embargo, la realidad de Alitalia y sus prácticas mafiosas nos guardaba una nueva sorpresa. “No package”, nos espetó cuán una sentecia siciliana un barrigudo empleado en el aeropuerto de Verona. La mitad de las maletas del pasaje se habían perdido… No, no puede ser… No puede pasarnos esto… Sin embargo los hechos nos golpeaban de nuevo con toda la crueldad que la desorganización y caóticas prácticas de las que Alitalia había demostrado ser capaz. Señores y señoras, la maleta no apareció hasta el domingo por la mañana. Casi lloramos de felicidad.
No les aburriré con nuestra estancia en Verona. Eso queda para nuestra privacidad y la de los amigos que nos hicieron amablemente de cicerones. Simplemente comentarles que la ciudad merece la pena más allá del falso balcón de los falsos Romeo y Julieta y es perfectamente visitable en un día. No dejen de entrar en la Arena ni en el Duomo. Quizás no tan espectaculares como los de Roma o Florencia pero con un encanto especial. Probablemente, ese sea lo más destacable de la ciudad: su encanto y la tranquilidad que se respira en sus calles, no tan abarrotadas de turistas como otras ciudades italianas.
Tampoco les contaré nada de mis tribulaciones a la vuelta porque aunque también las viví no fueron nada frente a las anteriores y ya tenía costra formada. Será otra historia para otra ocasión.
Ahora a mí me toca empezar a reclamar a Alitalia unas indemnizaciones que probablemente nunca veré y a ustedes empezar a fantasear con viajar a Verona. Eso sí, si se deciden, no viajen con Alitalia.